domingo, 29 de agosto de 2010

NUEVO MONTAJE


Y comienza a llover.
Un agua infinita para la que no hay cobijo.
Bajo la lluvia cómo no detenerse.
Bajo la lluvia cómo no preguntar.
Cómo no danzar.


domingo, 1 de agosto de 2010

La fiebre del oro

He atravesado el desierto en un carromato destartalado, del que penden objetos que ya no uso y palabras que almacené.
He cruzado medio país persiguiendo un sueño que unos pocos me vendieron y, que por poco, decidí adquirir.

Llego hasta el primer campamento y encuentro a otros como yo, gentes sin pasado y cuyo futuro permanece a la expectativa de lo que podamos hallar.
No sé lo que realmente les ha traído hasta aquí, tampoco me interesa, cada uno de nosotros tiene que luchar contra su propio agotamiento y contra el miedo a no alcanzar su objetivo.
Y bajo al río.
Me sumerjo hasta la cintura en el lodo, bajo un sol que me recuerda que todo está por encima.
Comienza la búsqueda.
Confío en que la corriente sepa limpiar lo que se filtra en el cedazo. El agua arrastrará las impurezas y hará brillar mi deseo. Este río desliza consigo mil siglos o tal vez, nunca haya sido el mismo.
Tampoco yo soy la misma desde aquella decisión. Hubo que arriesgarse y no fue mi vida lo que se ponía en juego; dejaba atrás una casa, una cena caliente, una cama compartida y una espera. Otra vida.
Quiebro las alas al sueño de mis padres. Ya nunca más seré lo que se debía ser.
Y eché a rodar por los caminos tras un sueño. El sueño del oro. Ése por el cuál podríamos matar y morir, ése que nos parecía mágico desde la oscuridad de la alcoba y que, tan duro parece cuando no llegamos, todavía, a alcanzarlo.
Anhelamos lo ausente. Despreciamos lo seguro- pienso tras todo el día mascullando recuerdos como arena húmeda.
Mi reino por una pepita, todos mis sentidos al servicio de un destello que apretar en el puño cuando se ponga el sol.
Puede tratarse de una micra, menos que un beso, el equivalente a una mirada de ternura o poco más que una caricia robada. Yo no quiero robar, quiero encontrar.
Los hombres cantan a lo que no tienen, beben por lo que perdieron.
Yo no sé cantar y bebo menos de lo que perdí.

Algo brilla entre los restos del día, algo minúsculo, oculto. Debo entornar los ojos para percibir su contorno. ¿Una palabra de amor? Parece un "ya lo sabes, no hace falta que te lo diga" tal vez, se trate de un dar por hecho. Desconozco su valor; otros habrán de tasármelo en su justa medida sin la emoción del hallazgo, sin el cansancio acumulado. Me dirán: tranquila, pequeña, no es para tanto. Y diré: es mío, me ha llevado media vida llegar hasta aquí.
Y reirán porque lo que he encontrado ni siquiera podría engarzármelo en el pecho. Mío, mío, mío. Mío para mí.
No he venido a hacerme rica, aún no me ha poseído la fiebre del oro que ciega a los buscadores y les borra la ilusión de la memoria. Aún no se me ha inflamado el cerebro, solamente la piel.
Busco porque nunca me gustó esperar. 

Cuentan que existen pepitas que abren todas las puertas, que derriban los muros más altos. Se cuenta que tienen el tamaño de un huevo de avestruz, como el corazón de un hombre.

¿Habrá pepitas como el corazón de una mujer? ¿Podré entonces ocupar su hueco con ella?
     
Busco. 

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