martes, 20 de diciembre de 2011
Etiquetas: danza oriental, teatro
viernes, 10 de junio de 2011
Soy de esas personas que aguarda su golpe de suerte. Golpe en el sentido de que te deje sin él por su potencia.
Sin dejar de soñar con un futuro mejor pero sin dejar de recordar el pasado, suelo llorar más por lo que perdí que por lo que pierdo.
Quisiera atrapar a la suerte y darle una buena tanda de azotes, por veleidosa, por fijarse en gente que hace más ruido que yo, por dejarme siempre las migas del banquete pero sé que debo portarme bien, y ponerle velas, y desearle suerte a la suerte.
Ella llegará un día, descalza y con el cabello suelto, y será toda mía. Amaré a esa suerte como ella seguramente no me vaya a amar, con entrega. La he estado esperando y he hecho méritos, estoy preparada. Sé lo que es la pérdida, conozco la decepción, la alegría de las pequeñas cosas. Ahora quiero que crezca todo y me engulla como el verde de la selva.
Mientras me encuentra, amaré a mi amor, afilaré mi pluma, besaré a mis amigos y prepararé nuestra cama. Para que no vuelva a marcharse sin llevarme dentro.
Etiquetas: suerte
martes, 19 de abril de 2011
Quisiera ser tan sincera que todos me tuviesen miedo.
Sacar de mi cráneo fracturado por el tiempo, aquello que no me atrevo a decir y que me va congelando el alma, como un veneno, como se acumula la basura en las alcantarillas.
Hago breves abordajes a lo que yo considero la verdad, que no tiene ni mucho menos porque ser absoluta, y entonces, me miran con ojos acuosos del que daña por dañar, del que nombra el tabú. Y reculo. Retrocedo hasta mi guarida a mascullar verdades como puños que suelo meterme en la boca.
En mi familia la verdad es una sombra que transita, se percibe de reojo, no de frente.
Tengo amigos con los que jamás hablo de ciertas verdades que podrían destruirnos, por qué no me has llamado, por qué no me has escogido de entre ellos, a quién amas ahora, la vida sigue.
Daño sin querer y un poco poéticamente, dando forma de puñal a una verdad que sé cómo hundir hasta su base. Lo hago en la secreta venganza de quien dice y no espera ser escuchado.
Y me daño, me miro al espejo y me digo verdades en carne viva hasta que puedo ver cómo laten mis huesos. Soy una asesina de la verdad sin dueño.
Esto me condena a una penitencia que sólo yo comprendo. Pierdo gente, aparto, me apartan, se pudren.
Y escribo por si compongo el manual que me me enseñe a empuñar esta verdad sin dejar muertos a mi paso. Me saco el puñal del vientre y lo coloco ante tus ojos. No me digas que no lo ves, no me digas que no te salpica. Hasta la sangre puede limpiarse, hasta la sangre. Cómo no la verdad.
jueves, 24 de febrero de 2011
De niña vivía con miedo.
Caminaba intentando no pesar, con los empeines hacia arriba y el cuerpo en tensión para no hacer ruido mientras, los tacones de mi madre resonaban en el adoquinado con un ritmo tan torpemente demoledor que hace poco, me lo tropecé en mis pisadas.
Las monjas nos solían sentar en orden alfabético en las aulas y mi apellido, Rubio, me colocaba en una posición de camuflaje que las buenas notas delataban. No quería oír mi nombre en la boca de la profesora, no quería salir a la pizarra, no quería que supieran de mí. En mi interior, una vocecilla me pedía que dejase de hacer, que me permitiera ahogarme en la inmensa mayoría
Sólo deseaba que me dejasen en paz. Tanta paz lleves como aquí dejas, dice el refrán.
A mí me dejaban miedo. Yo creo que nunca fui niña. Creo que siempre fui un mochuelo.
Aguardaba sobre mi rama, silente como un espectro, con los ojos fijos, inquieto corazón de ave anhelando su noche, su momento.
No sé cuándo pasé de ser una criatura que cantaba a todas horas, la típica atracción para adultos a una niña que callaba, la rara niña inexistente.
El miedo me transformó. No hay voz que no se quiebre con el miedo, ni cuerpo que no se encoja ante el peligro.
De adolescente, el miedo ya se había acomodado en mí. Se había adherido a mi piel como un plumaje suave y aislante. Me reventaba por dentro. Podías golpearme, no podías dejarme de querer.
Por ello, para evitar el NO, para que no valoraras a cualquiera por encima de mi mirada amarilla y redonda podía soportar el abuso, el manoseo del cuerpo, podía empatizar con mi primer amor, interesado en usar mis sentimientos como vendaje para sus carencias.
Y seguía sintiendo miedo. Miedo a que me miren, miedo a que no me miren y dejar de existir, miedo al contacto o al excesivo contacto que borre mis huellas dactilares. Miedo a no ser lo suficientemente buena en nada ni tan genial en algo que pase por desquiciada.
Miedo a comenzar a querer y a dejar de querer.
Hace poco más de un año, mi amiga Vanesa me preguntó qué sucedería si perdiese el miedo. Qué ocuparía su lugar. Y reí, reí ante la obviedad más obvia. Lo llenaría yo, quise decirle; no sé, sólo le dije.
Algo me hizo click y desencadenó mi ruptura.
viernes, 11 de febrero de 2011
Si tú no me quieres no podré seguir.
Tienes que ver en mí todo lo bueno que atesoro.
Háblame de tus sueños, de tus miedos, de lo que te ha gustado esta película... escucho atentamente, tanto, que pierdo un autobús, dos, cien hasta que se me olvida que he de levantarme de nuevo en pocas horas.
Toma mis canciones, toma esta canción, que a partir de ahora será tuya, o quizás un poco de nosotros (aunque no lo sepas) cada vez que la escuche entraré en un trance hipnótico del que será casi imposible rescatarme para la vida real.
¿Oyes? es el sonido de mi corazón al galope porque no podía permitirme llegar tarde, ni despeinada, ni con un gramo menos de maquillaje.
Te regalo mis horas, horas suspendidas en un recuerdo y en una consulta permanente a mi email por si me necesitas, por si recuerdas a su vez, en el instante exacto en que me pregunto cuántas veces has pensado en mí.
Coge mis secretos, ábrelos como una caja de música y me descubrirás dando vueltas sobre la puntera de raso con los labios cada vez más fruncidos y la mueca un poco más severa.
A cambio, no me llamarás ni aunque escriba en mi estado que voy a quitarme la vida, tendrás luego una palabra de consuelo para la pérdida, una palabra reciclada que bien podría aplicarse al calentamiento global o a la muerte de Michael Jackson. Me darás un abrazo y dejarás un hueco horadado entre mi vientre y mi voz.
Y no habrá queja porque no podría soportar tu rechazo, acaso una palabras furibundas, una borrachera improvisada con amigos del alma, un mensaje inapropiado a las horas en que los gatos saltan.
Morderé mi propia lengua e iré muriendo, lenta, lentamente con el veneno del amor propio.
Y un día, sin pensarlo demasiado, sonará esa canción regalada y se me anudarán las lágrimas por fin. Escribiré una líneas para cerrar la caja de mis secretos y la canción será a cada segundo, menos nuestra y mucho más mía.
http://www.youtube.com/watch?v=Q-d2T7K6rGI&feature=fvst
Etiquetas: cosas que pasan de vez en cuando, Laura, pasado
miércoles, 26 de enero de 2011
Cuando los brazos no alcanzan ¿cómo abrazar?
cuando la boca se seca ¿cómo besar?
si el tiempo corre a la velocidad de la luz en lo que vierto una lágrima pero divaga en mi ansiedad cuando espero ¿qué debo creer?
Bebemos de la ignorancia, nos comemos los unos a los otros. Tu puño me hace más fuerte, tu pie más veloz.
Cuando desconfío solamente estoy abriendo los ojos a la realidad.
La única esperanza es tirar hacia delante y ya lo iremos viendo.
Cuando el tuerto guía al ciego, el loco al tuerto y dios al loco... Veo veo
¿qué ves?
Un grito desconchando las paredes.
martes, 18 de enero de 2011
Hay días que las fotografías hablan y dicen con voz de trueno que se pierde la vida.
Descubro restos de mis huellas en un pasado que ya nadie recuerda y siento aquello del naúfrago cuando empieza a delirar.
Y yo que siempre creí que lo bueno tenía que llegar
yo que desvirtué el instante en pos de lo siguiente, siento el miedo mirarme de frente mientras me sostiene la barbilla y babea, babea en mis pies.
Para tocar la luna hay que saltar tanto que a veces, prefiero cobijarme a la sombra de una piedra y convertirme en piedra como se convierten los muertos.
Cómo duele la esperanza, cómo escuece el mordisco del recuerdo, no es anhelo porque no volvería, no es deseo porque no sé bien lo que deseo. Es el estrujarme las manos en tu chaqueta, el perderme entre cientos de cajas con mi nombre y que me protejas o no, yo puedo sola. Entonces... por qué?
jueves, 13 de enero de 2011
No sé si hablo alto aunque espero hablar claro. Clara agua que caiga desde lo alto, alto árbol con la claridad expandida en su copa.
La voz a veces se me atasca en un punto inexacto entre el ombligo y la boca, sube en columna de humo y choca contra el techo de mi cráneo.
Durante la colisión, los ojos se me llenan de agua y flotan en la culpa. Maldita educación aprendida, malditos valores desvirtuados.
Y de repente, como Pinocho emergiendo del vientre de la ballena, descubro un retazo de luz y nado hacia ella, ansiosa y exhausta.
Espero tener voz suficiente para decir lo que quiero decir cuando debo decirlo.
Gritar: ¡Basta! ante las mentiras, susurrar sin que se me altere el pulso: me has decepcionado. Decir: me aburres, me saturas, se acabó. No mereces.
Decir: te quiero y: ya no te quiero, a quien lo merezca oir.
Pronunciar un nombre, tu nombre, con la luz encendida y seguir pronunciándolo una vez que se haya apagado.
Y en la espera, recoger.
Qué exigente me hacen sentir quienes no saben dar o dan una dosis mínima para que no puedas echarles en cara su desaparición.
Qué voraz me pueden retratar ante lo que me pertenece, lo que me gano día tras día.
No he comenzado el año deseando dejar el tabaco ni abandonar los dulces, ni siquiera he sido consciente de que hubiera un comienzo. Sólo quiero "ser capaz".
Y desatarme las manos de esta bondad autoimpuesta y pegarle una patada en el culo a las maneras blandas.
Capaz de "a lo mejor" no. Corrijo, sólo quiero Ser.