martes, 20 de diciembre de 2011

Bye bye

Hoy ha sido un día en el que he tenido que respirar hondo y preguntarme de nuevo por qué me dedico a bailar. No es la primera vez que me lo pregunto y no es la primera vez que me tropiezo con determinadas personas cuyo cerebro y corazón son inmensamente proporcionales a su ego.
 
No quiero mencionar nombres para no mancharme la boca y por extensión, el alma; he pasado todo un año depurando su presencia nefasta. Quienes me conocen los conocen, quien se dé por aludido que coma ajos y se aparte. 
Una parte de mí baila y enseña, otra escribe. Durante mucho tiempo me he preguntado en secreto el por qué de esta querencia si lo más sencillo sería dejarse llevar. 
Estas dos mitades que son yo misma han pugnado por primar en mi vida, y si escribía más pensaba: ya no bailo y, si bailaba más, sentía: lo que yo quiero es escribir.
Hago todo esto porque lo amo. Lo amo como no amaré a ser humano alguno. 
Lo amo por encima de mí misma y de lo que se espera de mí.
Por ello, cuando la vida o el destino o la casualidad me enfrenta a ellos, debo recapacitar y echar mano de la autoestima de reserva porque ellos están ahí, por donde quiera que vayas, en la danza o en el teatro y me temo que en todas partes. La diferencia dañina e irónica estriba en que trabajamos con arte y el arte nace de las emociones y la emoción es una puerta abierta. 
Si uno tiene por compañero en el curro a la perra de Satanás, se irá a su casa maldiciendo aunque volviendo a su vida. Aquí no. Aquí te llevas un trocito de sus malas babas. Y no porque su opinión sea realmente trascendental, de hecho suele ser obtusa, sino por falta de respeto.
Cualquiera que se haya involucrado en la difícil tarea de sacar adelante un proyecto artístico sabe lo díficil, lo descabellado que es. Montar una coreografía lleva horas, meses sino años, escribir un texto.Por respeto, señores. RESPETO.
No tenemos suficiente con la que está cayendo para que nos acuchillemos los unos a los otros.
¿Cómo reconocerlos? fácil, todos quieren hacer Arte, y todos quieren de alguna forma cambiar el mundo... anda, como yo, pensará más de uno... el escalón sobre el que se sustentan, talento aparte si lo hubiera, es el cráneo del compañero. En danza te miran de medio lado, melena al viento, y te preguntan con quién has estudiado y si pueden, absorben tu creatividad a cambio de nada. En teatro, te lanzan referencias de libros que quizás se leyeron, se significan como los salvadores, y sobre todo ni siquiera escuchan lo que tengas que decir. Cuando comienza tu intervención o tu lectura les percibes inmersos en una letanía, la voz de su propio ego recitando para sí mismo: yo lo hago mejor.
 Claro, evolución natural, Darwin, el mono y toda la familia. Toda su familia.
Así que hoy, ante la muestra evidente de hijoputez atmosférica, he respirado hondo, he dicho: yo soy y yo sé.
Fuera lastres y a empezar el año con una sonrisa. 

Que os jodan tanto como jodéis, en todos los sentidos.
Besitos, caris.

 

viernes, 10 de junio de 2011

Soy de esas personas que aguarda su golpe de suerte. Golpe en el sentido de que te deje sin él por su potencia.
Sin dejar de soñar con un futuro mejor pero sin dejar de recordar el pasado, suelo llorar más por lo que perdí que por lo que pierdo.
Quisiera atrapar a la suerte y darle una buena tanda de azotes, por veleidosa, por fijarse en gente que hace más ruido que yo, por dejarme siempre las migas del banquete pero sé que debo portarme bien, y ponerle velas, y desearle suerte a la suerte.
Ella llegará un día, descalza y con el cabello suelto, y será toda mía. Amaré a esa suerte como ella seguramente no me vaya a amar, con entrega. La he estado esperando y he hecho méritos, estoy preparada. Sé lo que es la pérdida, conozco la decepción, la alegría de las pequeñas cosas. Ahora quiero que crezca todo y me engulla como el verde de la selva. 
Mientras me encuentra, amaré a mi amor, afilaré mi pluma, besaré a mis amigos y prepararé nuestra cama. Para que no vuelva a marcharse sin llevarme dentro.

martes, 19 de abril de 2011

La Verdad

Quisiera ser tan sincera que todos me tuviesen miedo.
Sacar de mi cráneo fracturado por el tiempo, aquello que no me atrevo a decir y que me va congelando el alma, como un veneno, como se acumula la basura en las alcantarillas.
Hago breves abordajes a lo que yo considero la verdad, que no tiene ni mucho menos porque ser absoluta, y entonces, me miran con ojos acuosos del que daña por dañar, del que nombra el tabú. Y reculo. Retrocedo hasta mi guarida a mascullar verdades como puños que suelo meterme en la boca.
En mi familia la verdad es una sombra que transita, se percibe de reojo, no de frente.
Tengo amigos con los que jamás hablo de ciertas verdades que podrían destruirnos, por qué no me has llamado, por qué no me has escogido de entre ellos, a quién amas ahora, la vida sigue.
Daño sin querer y un poco poéticamente, dando forma de puñal a una verdad que sé cómo hundir hasta su base. Lo hago en la secreta venganza de quien dice y no espera ser escuchado.
Y me daño, me miro al espejo y me digo verdades en carne viva hasta que puedo ver cómo laten mis huesos. Soy una asesina de la verdad sin dueño.
Esto me condena a una penitencia que sólo yo comprendo. Pierdo gente, aparto, me apartan, se pudren.
Y escribo por si compongo el manual que me me enseñe a empuñar esta verdad sin dejar muertos a mi paso. Me saco el puñal del vientre y lo coloco ante tus ojos. No me digas que no lo ves, no me digas que no te salpica. Hasta la sangre puede limpiarse, hasta la sangre. Cómo no la verdad.

jueves, 24 de febrero de 2011

De niña vivía con miedo.
Caminaba intentando no pesar, con los empeines hacia arriba y el cuerpo en tensión para no hacer ruido mientras, los tacones de mi madre resonaban en el adoquinado con un ritmo tan torpemente demoledor que hace poco, me lo tropecé en mis pisadas.
Las monjas nos solían sentar en orden alfabético en las aulas y mi apellido, Rubio, me colocaba en una posición de camuflaje que las buenas notas delataban. No quería oír mi nombre en la boca de la profesora, no quería salir a la pizarra, no quería que supieran de mí. En mi interior, una vocecilla me pedía que dejase de hacer, que me permitiera ahogarme en la inmensa mayoría
Sólo deseaba que me dejasen en paz. Tanta paz lleves como aquí dejas, dice el refrán.
A mí me dejaban miedo. Yo creo que nunca fui niña. Creo que siempre fui un mochuelo.
Aguardaba sobre mi rama, silente como un espectro, con los ojos fijos, inquieto corazón de ave anhelando su noche, su momento.
No sé cuándo pasé de ser una criatura que cantaba a todas horas, la típica atracción para adultos a una niña que callaba, la rara niña inexistente.
El miedo me transformó. No hay voz que no se quiebre con el miedo, ni cuerpo que no se encoja ante el peligro.
De adolescente, el miedo ya se había acomodado en mí. Se había adherido a mi piel como un plumaje suave y aislante. Me reventaba por dentro. Podías golpearme, no podías dejarme de querer.
Por ello, para evitar el NO, para que no valoraras a cualquiera por encima de mi mirada amarilla y redonda podía soportar el abuso, el manoseo del cuerpo, podía empatizar con mi primer amor, interesado en usar mis sentimientos como vendaje para sus carencias.
Y seguía sintiendo miedo. Miedo a que me miren, miedo a que no me miren y dejar de existir, miedo al contacto o al excesivo contacto que borre mis huellas dactilares. Miedo a no ser lo suficientemente buena en nada ni tan genial en algo que pase por desquiciada.
Miedo a comenzar a querer y a dejar de querer.
Hace poco más de un año, mi amiga Vanesa me preguntó qué sucedería si perdiese el miedo. Qué ocuparía su lugar. Y reí, reí ante la obviedad más obvia. Lo llenaría yo, quise decirle; no sé, sólo le dije.
Algo me hizo click y desencadenó mi ruptura.

He pasado a una juventud que comienza a ponerse en tela de juicio; al menos para los anuncios de cosméticos. No temo el daño físico, podría trabajar abrillantando tiburones o peleando en un corral de apuestas. Aún temo otro tipo de daño. 
Y sigo sobre esta rama. Anochece.
Leo la noticia de que los mochuelos van a extinguirse. Y me siento un poco acorralada, me pregunto si debería mantener el miedo ahora que comienzo a llamar a las cosas por su nombre, ahora que hablo de maltrato, de abuso, de cobardía, de talento, de furia, de deseo... ahora que me borbotean las palabras en la garganta.   
Aguarden a la mañana, he de volar.


 

viernes, 11 de febrero de 2011

El rechazo

Si tú no me quieres no podré seguir.
Tienes que ver en mí todo lo bueno que atesoro.
Háblame de tus sueños, de tus miedos, de lo que te ha gustado esta película... escucho atentamente, tanto, que pierdo un autobús, dos, cien hasta que se me olvida que he de levantarme de nuevo en pocas horas.
Toma mis canciones, toma esta canción, que a partir de ahora será tuya, o quizás un poco de nosotros (aunque no lo sepas) cada vez que la escuche entraré en un trance hipnótico del que será casi imposible rescatarme para la vida real.
¿Oyes? es el sonido de mi corazón al galope porque no podía permitirme llegar tarde, ni despeinada, ni con un gramo menos de maquillaje.
Te regalo mis horas, horas suspendidas en un recuerdo y en una consulta permanente a mi email por si me necesitas, por si recuerdas a su vez, en el instante exacto en que me pregunto cuántas veces has pensado en mí.
Coge mis secretos, ábrelos como una caja de música y me descubrirás dando vueltas sobre la puntera de raso con los labios cada vez más fruncidos y la mueca un poco más severa.
A cambio, no me llamarás ni aunque escriba en mi estado que voy a quitarme la vida, tendrás luego una palabra de consuelo para la pérdida, una palabra reciclada que bien podría aplicarse al calentamiento global o a la muerte de Michael Jackson. Me darás un abrazo y dejarás un hueco horadado entre mi vientre y mi voz.
Y no habrá queja porque no podría soportar tu rechazo, acaso una palabras furibundas, una borrachera improvisada con amigos del alma, un mensaje inapropiado a las horas en que los gatos saltan.
Morderé mi propia lengua e iré muriendo, lenta, lentamente con el veneno del amor propio.
Y un día, sin pensarlo demasiado, sonará esa canción regalada y se me anudarán  las lágrimas por fin. Escribiré una líneas para cerrar la caja de mis secretos y la canción será a cada segundo, menos nuestra y mucho más mía.

http://www.youtube.com/watch?v=Q-d2T7K6rGI&feature=fvst

miércoles, 26 de enero de 2011

Preguntas

Cuando los brazos no alcanzan ¿cómo abrazar?
cuando la boca se seca ¿cómo besar?
si el tiempo corre a la velocidad de la luz en lo que vierto una lágrima pero divaga en mi ansiedad cuando espero  ¿qué debo creer?
Bebemos de la ignorancia, nos comemos los unos a los otros. Tu puño me hace más fuerte, tu pie más veloz.
Cuando desconfío solamente estoy abriendo los ojos a la realidad.
La única esperanza es tirar hacia delante y ya lo iremos viendo.
Cuando el tuerto guía al ciego, el loco al tuerto y dios al loco... Veo veo
¿qué ves?
Un grito desconchando las paredes.

martes, 18 de enero de 2011

Tarde

Hay días que las fotografías hablan y dicen con voz de trueno que se pierde la vida.
Descubro restos de mis huellas en un pasado que ya nadie recuerda y siento aquello del naúfrago cuando empieza a delirar.
Y yo que siempre creí que lo bueno tenía que llegar
yo que desvirtué el instante en pos de lo siguiente, siento el miedo mirarme de frente mientras me sostiene la barbilla y babea, babea en mis pies.
Para tocar la luna hay que saltar tanto que a veces, prefiero cobijarme a la sombra de una piedra y convertirme en piedra como se convierten los muertos.
Cómo duele la esperanza, cómo escuece el mordisco del recuerdo, no es anhelo porque no volvería, no es deseo porque no sé bien lo que deseo.  Es el estrujarme las manos en tu chaqueta, el perderme entre cientos de cajas con mi nombre y que me protejas o no, yo puedo sola. Entonces... por qué?

jueves, 13 de enero de 2011

2011

No sé si hablo alto aunque espero hablar claro. Clara agua que caiga desde lo alto, alto árbol con la claridad expandida en su copa.

La voz a veces se me atasca en un punto inexacto entre el ombligo y la boca, sube en columna de humo y choca contra el techo de mi cráneo.
Durante la colisión, los ojos se me llenan de agua y flotan en la culpa. Maldita educación aprendida, malditos valores desvirtuados.
Y de repente, como Pinocho emergiendo del vientre de la ballena, descubro un retazo de luz y nado hacia ella, ansiosa y exhausta.

Espero tener voz suficiente para decir lo que quiero decir cuando debo decirlo.
Gritar: ¡Basta! ante las mentiras, susurrar sin que se me altere el pulso: me has decepcionado. Decir: me aburres, me saturas, se acabó. No mereces.
Decir: te quiero y: ya no te quiero, a quien lo merezca oir.
Pronunciar un nombre, tu nombre, con la luz encendida y seguir pronunciándolo una vez que se haya apagado.
Y en la espera, recoger.
Qué exigente me hacen sentir quienes no saben dar o dan una dosis mínima para que no puedas echarles en cara su desaparición.
Qué voraz me pueden retratar ante lo que me pertenece, lo que me gano día tras día.

No he comenzado el año deseando dejar el tabaco ni abandonar los dulces, ni siquiera he sido consciente de que hubiera un comienzo. Sólo quiero "ser capaz".
Y desatarme las manos de esta bondad autoimpuesta y pegarle una patada en el culo a las maneras blandas.
Capaz de "a lo mejor" no. Corrijo, sólo quiero Ser.

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