martes, 19 de abril de 2011

La Verdad

Quisiera ser tan sincera que todos me tuviesen miedo.
Sacar de mi cráneo fracturado por el tiempo, aquello que no me atrevo a decir y que me va congelando el alma, como un veneno, como se acumula la basura en las alcantarillas.
Hago breves abordajes a lo que yo considero la verdad, que no tiene ni mucho menos porque ser absoluta, y entonces, me miran con ojos acuosos del que daña por dañar, del que nombra el tabú. Y reculo. Retrocedo hasta mi guarida a mascullar verdades como puños que suelo meterme en la boca.
En mi familia la verdad es una sombra que transita, se percibe de reojo, no de frente.
Tengo amigos con los que jamás hablo de ciertas verdades que podrían destruirnos, por qué no me has llamado, por qué no me has escogido de entre ellos, a quién amas ahora, la vida sigue.
Daño sin querer y un poco poéticamente, dando forma de puñal a una verdad que sé cómo hundir hasta su base. Lo hago en la secreta venganza de quien dice y no espera ser escuchado.
Y me daño, me miro al espejo y me digo verdades en carne viva hasta que puedo ver cómo laten mis huesos. Soy una asesina de la verdad sin dueño.
Esto me condena a una penitencia que sólo yo comprendo. Pierdo gente, aparto, me apartan, se pudren.
Y escribo por si compongo el manual que me me enseñe a empuñar esta verdad sin dejar muertos a mi paso. Me saco el puñal del vientre y lo coloco ante tus ojos. No me digas que no lo ves, no me digas que no te salpica. Hasta la sangre puede limpiarse, hasta la sangre. Cómo no la verdad.

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