jueves, 6 de noviembre de 2008

El veneno del teatro


Estamos locos.

Rematadamente locos.

Locos de atar en la nave de los locos (donde el tuerto es el rey, así que, imaginaos).

LOCOS.

Quedamos con gente a la que no conocemos y pretendemos conseguir que se unan a nuestra locura, a nuestro despilfarro energético. Les queremos contagiar.

Caminamos largos pasillos, subiendo y bajando empinados tramos de escaleras para que nos digan una y otra vez: vuelva usted mañana.

Y seguimos a adelante.

Hojeamos libros en busca de carne fresca a la que hincarle el diente y cuando no la encontramos o no es de suficiente calidad... la cazamos nosotros mismos.

Lloramos a mares, antes de tomar decisiones, durante el proceso y por supuesto tras el climax. El escenario supone un pico aún más grave de nuestra locura.
Reímos como posesos hasta que nos duele el pecho de amor y de odio, hasta que se congela la mueca.

LOCOS por vislumbrar en una frase un objetivo o una intención oculta, locos de atar por buscar en el Rastro un asqueroso trozo de tela capaz de transformar a la actriz en una princesa, locos por vivirlo todo con intensidad y dejar a veces, a un lado nuestros sentimientos reales.

Pero cuando se invierte el tiempo en compañía de unos locos semejantes cuya medicación aún no se ha inventado y cuya recuperación parece imposible... ¿qué es lo real? porque esto es nuestra vida.

EL TEATRO ES NUESTRA VIDA. Y nos invade el cuerpo como un virus e incluso puede llegar a enfermarnos de verdad dejándonos a merced de un protagonista y su antagonista.


Mi anagnórisis me hizo enloquecer. Y no sé no sé, no puedo saber sólo quiero ser capaz de crear y de darle vida.

Estoy loca... qué le voy a hacer...

2 comentarios:

fpt dijo...

Me pongo en pie, hermana. "Cuando se viven, las palabras dejan de ser huecas".

fpt dijo...

Si no te importa, te la robo para el blog de la compa, es una maravilla y se merece estar. Ánimo, sister. Aquí ando.