jueves, 13 de enero de 2011

2011

No sé si hablo alto aunque espero hablar claro. Clara agua que caiga desde lo alto, alto árbol con la claridad expandida en su copa.

La voz a veces se me atasca en un punto inexacto entre el ombligo y la boca, sube en columna de humo y choca contra el techo de mi cráneo.
Durante la colisión, los ojos se me llenan de agua y flotan en la culpa. Maldita educación aprendida, malditos valores desvirtuados.
Y de repente, como Pinocho emergiendo del vientre de la ballena, descubro un retazo de luz y nado hacia ella, ansiosa y exhausta.

Espero tener voz suficiente para decir lo que quiero decir cuando debo decirlo.
Gritar: ¡Basta! ante las mentiras, susurrar sin que se me altere el pulso: me has decepcionado. Decir: me aburres, me saturas, se acabó. No mereces.
Decir: te quiero y: ya no te quiero, a quien lo merezca oir.
Pronunciar un nombre, tu nombre, con la luz encendida y seguir pronunciándolo una vez que se haya apagado.
Y en la espera, recoger.
Qué exigente me hacen sentir quienes no saben dar o dan una dosis mínima para que no puedas echarles en cara su desaparición.
Qué voraz me pueden retratar ante lo que me pertenece, lo que me gano día tras día.

No he comenzado el año deseando dejar el tabaco ni abandonar los dulces, ni siquiera he sido consciente de que hubiera un comienzo. Sólo quiero "ser capaz".
Y desatarme las manos de esta bondad autoimpuesta y pegarle una patada en el culo a las maneras blandas.
Capaz de "a lo mejor" no. Corrijo, sólo quiero Ser.

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