domingo, 19 de septiembre de 2010

Palabras desde la jaula.

No sé para qué escribo, si para que me lean o para dejar fuera de mí algunas palabras que me impiden seguir respirando.

Me he acostumbrado a refugiarme en las metáforas. Si no me entiendes te ofrezco una como quien ofrece el pan. Y espero que lo muerdas, deseo que lo muerdas, ya que no fui capaz de alcanzarte de otro modo.

A veces preferiría expresarme con facilidad, solucionarlo de una vez y continuar viviendo. Parece fascinante eso de: escribo. Y la gente dice: Oh, qué divertido, yo antes escribía mucho, yo una vez deje a medias una novela que algún día retomaré. Y no me siento identificada, es más, me suele importar un carajo. Ni siquiera pienso en la calidad de ese material porque suele ser producto de la manera o de los años.
Antes escribía mucho, más que ahora, nunca empecé una novela y cuando tecleo furiosamente en mi portátil o garabateo en mis cientos de cuadernos rayados lo hago porque no soy capaz de otra cosa sino, sería mucho más lúdica y seguramente, más promiscua.
Aún no he escrito por encargo económicamente satisfactorio; cierto que he escrito para alguien pero desde mí. En el acto de escribir reside un egoísmo terrible que supera las modas y las peticiones.
Lo escribo yo y ya valoramos qué hacer con ello o si decido mandarlo a la mierda.
Imagino que con un productor y/o editor las reglas cambian. No tengo ni idea ni viene al caso.

Me han preguntado alguna vez por qué escribo. Yo no suelo preguntar por qué eres diestro o por qué te gusta la sopa con mucha sal. Tampoco por qué tienes los ojos azules, -por mi padre- podría decirme más de uno. Desde luego, yo no escribo por mi padre (quizás sí contra él, en un intento desaforado de matarlo bien muerto) aunque podría haberme dado por decapitar hormigas o vender seguros para lucrarme. Ser millonaria sería una excelente venganza familiar.
Escribir no. Escribir te vuelve extraña a ojos de los demás. Quienes con suerte, creen que leyéndote (o viendo tus obras) te reconocen un poco tienden a justificarte; cuando no lo hacen, directamente se amplía el vacío porque no sé llenarlo de palabras pronunciadas porque si son escritas dejan de ser puras.
Es el juego de la terrible contradicción, de la enajenación permanente con la que se puede convivir, se puede hacer la compra.

No, no voy a ir por este blog de artista atormentada.

Puedo seguir viviendo y respirar peor; como lo de usar sólo una parte del cerebro, las acciones siguen siendo similares a las del resto del mundo.
Uso menos mis pulmones mas sigo respirando para no estar muerta; respiro peor si no escribo, así de simple. Se me queda encallado en la boca del estómago el mendrugo de pan que quise extenderte y no me atreví.
Me pregunto por qué demonios me ha dado por esto, con la de oficios útiles que existen, me agredo si hace algún tiempo que no escribo (de ahí la urgencia de este texto) releo páginas viejas y me parecen pura bazofia, si alguien me da la enhorabuena, me saca los colores mientras pienso: -no tienes ni puta idea, relee a faulkner- si estoy tomando una cerveza y he dejado un conflicto a medias busco cómo solucionarlo y rezo para que no regrese la duda en medio de un polvo, si he acabado una obra tiemblo con el punto y final. Si no la he acabado temo que dure más que el Señor de los anillos. Se me revuelven las tripas hasta el vómito cuando tropiezo con piezas ajenas que no cuentan nada, no pretenden contar nada y no van a contar nada para nadie, y cuando hablo de contar no me refiero al argumento sino a la propia nada ideológica (que no política) se me vuelven a revolver las tripas cuando asisto a éxitos comerciales cuyo mecanismo admiro en el otro extremo de mi polaridad.
Me mancho de tinta y de sangre ante todo lo que me queda por leer y aprender. Asco, rabia, alegría e inquietud a toneladas.
Dicen: mola dedicarse a la escritura. Y me pregunto cómo se siente un maniquí en el escaparate de una tienda de barrio obrero.
Ni siquiera sé a qué venían estas palabras.
Y menos hoy con el cuerpo presente de Labordeta en las noticias. Voy a justificarme, en definitiva es lo único que se me da realmente bien, con la idea de que fue un hombre ideológicamente libre.
Yo quiero ser libre.
En mi propia jaula de oro, con esa llave que hace tiempo me tragué.
Libre.
Libre para escribir: escribo. Libre para no tener que dejar de hacerlo.
Y respirar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Escribir es una de las cosas que te hacen tan especial...y tan dolorosa, pero yo nunca te he preguntado porque lo haces, me basta con conocerte.

C.P.