lunes, 4 de octubre de 2010

MIEDO

Miedo
Miedo a perderme en mi cabeza, en la maraña de mis ilusiones.
Miedo a coger el teléfono, a abrir los emails, miedo a abrir la puerta por si acude el lobo feroz.
Miedo a aceptar de una vez por todas, que el camino que creí despejado no es más que un sendero repleto de trampas. Miedo a aceptar que caigo en todas y cada una de ellas.
Dañarme es tan sencillo como abrir un bote de mermelada. Uno cree no poseer la fuerza necesaria para hacerlo y de un simple giro de muñeca, quedo expuesta. Lo escribo en estas líneas para espantar a la bestia en forma de miedo.
Miro por la ventana. A través de mí a veces la luz se funde.
Me pregunto cuánto tiempo se puede seguir así.
Y siento miedo.
No hay de qué.
Lo hay de todo.
Alguien volcó mis vísceras en una copa de plata. Aquello sucedió hace una eternidad pero me dejó herida. Cada vez que avanzo dos pasos, uno retrocedo y uno me hunde. No es lamento, es dolor.
Y contra lo subterráneo no poseo una escala, ni de voz ni de color ni de cuerda.
Cuánto tiempo queda hasta convertirme en polvo. No, no quieres que me rinda.
Abro las manos. Dejo caer los brazos, cansados de sujetar las ganas. Sonreiré, tal vez me queje un poco, tomaremos café juntos, creerás que es una mala etapa en mi brillante porvenir y no te enterarás de nada. No penetrarás en mi miedo.
Mejor así.
Podrías desaparecer conmigo. Justo donde anida la luz perdida.

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