martes, 21 de diciembre de 2010

Tu nombre olvidado

Aquella mañana en cuanto abrió los ojos descubrió un techo sobre sí.
Un techo blanco, ligeramente agrietado, de donde una vez pendió un móvil de estrellas.
Miraba un techo, su techo, porque hasta donde la memoria alcanzaba los despertares nacían con una respiración rota y un arrojarse al fango.
Podría deambular por la cornisa de escayola, podría prescindir de su cuerpo el tiempo que le viniese en gana. Sin prisa. Inmóvil como una salamandra de hielo, vibrando en ese parpadeo del amanecer cuando exuda una única lágrima, el llanto por el nuevo día.
Quiere abrir la boca y sacar por ella la cucaracha que durante toda la noche, ha pataleado en su cerebro. Desde la garganta no se hace la luz, ni en los ojos, fijos aún en la vertical. Ni por la nariz, ni por los oídos. Y el bicho arriba y abajo, arriba y abajo.
Y echa a caminar, el cuerpo se queda atrapado entre el colchón y la montaña de ropa. Recorre la habitación igualmente hacia el espejo de la cómoda. Puede que ante el cristal la cucaracha encuentre salida. Y descubre su imagen incorpórea atravesando con la mirada. Ojos que le pertenecen, bocanada de tierra. Alguien conocido frente al espejo, similar a quien un día fue, cuyo rostro sonríe en un marco de madera, desde una imagen en la red social.
Hace una eternidad que no contempla esos rasgos propios, han variado de los ojos verdes a los oscuros, un hoyuelo en la barbilla o un lunar en el labio. En otros, siempre en los otros. Tarareando entre los dientes una melodía de la que se apropió aquella noche insomne, desviando la percepción de un recuerdo ajeno y una historia vivida por personas anónimas.
La noche anterior no había regresado a la busca. No abrió la pantalla jadeando como una perra a la sombra del mendrugo.  Por una vez perdió la prisa por entregarlo todo. Y se quedó en la cama, mirando el techo, mientras de fondo sonaba un pitido tras otro, reclamos de veneno. Dosis minúsculas de ego.
Con la mano izquierda, la del corazón, se abre la boca hasta que cabe el puño; con la derecha se tapa los ojos. Tiene que sacar aquello que corre.
El techo, la cama, el cuerpo enguiñapado, el espejo, la habitación entera gira en bucle.
Ya con la punta de los dedos lo atrapa y lo va extrayendo lentamente, arrastrando en su salida restos de carne. Apenas parece moverse a la luz, se contorsiona extático.
Tiene que enfrentarlo.
Se descubre y lo descubre...
Eras tú. ¿Quién demonios eres ahora tú? 

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